Físicamente es muy parecido a su hijo. Está al lado de él
desde hace 20 años. La primera vez que lo tuvo en sus brazos fue en la Clínica
Las Américas de Medellín. Con el pasar del tiempo su hijo ha
aprendido muchas cosas de él: la tranquilidad, el amor con el que realiza sus
actividades diarias y la valentía que tiene para darle la cara a sus problemas
y no esconderse como los pajaritos cuando hay una tormenta. Nació en el
municipio de La Ceja Antioquia, ubicado 41 kilómetros de Medellín.
Tiene inyectado en la sangre la pasión al deporte,
especialmente del fútbol. Desde que su hijo tiene 10 años asisten de seguido al
estadio. Es un salida familiar padre e hijo donde cada uno se olvida de los
problemas e intentan aprovechar esas 3 0 4 horas para despejar la mente y
hacerla volar para que los problemas de la vida se vayan con ellos y se queden
en el camino.
En el 2010 Don John Mario Atehortúa Ríos fue operado de un
trasplante de riñón. Estaba en un paseo familiar en el municipio de Santa Fe de
Antioquia. Era una noche con mucho calor en un pueblo donde poco ventea, el
sudor de los visitantes a este departamento es como comer arepa para los
antioqueños, algo muy normal. El calor que hace en este sector es algo de
locos. Eran las 8 de la noche, estaba cenando en familia, eran alrededor de 12
personas. Le sonó el celular a John Mario, la primera vez no lo contesto
porque estaba comiendo, una frase muy común de él es: “Cuando se está comiendo
el celular no se utiliza por respeto a los demás”, vuelve y suena, no lo
contesta y a la tercera vez la llamada ya era muy sospechosa y decidió
contestar. Era del Hospital San Vicente de Paúl.
La llamada era para comunicarle que en 3 horas lo esperaran
en el hospital para su cirugía. Él pasó de la alegría a la tristeza; como si
estuviera en una montaña rusa y bajará en menos de 10 segundos de los más alto
a lo más bajo. No sabía que iba a suceder con su salud. Un momento tan especial
en familia pasó a ser uno de los días más complicados de su vida. Se organizó
lentamente y se fue para la clínica con su esposa y su cuñado.
Al otro día todos los familiares que se encontraban con él
en la finca se fueron para la ciudad de Medellín. John se encontraba en una
habitación pequeña, la cual no tenía televisor, tenía un ventanal donde se veía
la panorámica del hospital. Un lugar que tenía mucha zona verde, cerca de la
estación Hospital del metro de la ciudad, varias torres que estaban distribuidas
dependiendo la dificultad de cada paciente; trasplantados en una torre,
problemas con diabetes en otra y así sucesivamente.
http://hospitaluniversitario.sanvicentefundacion.com/acerca-de-nosotros
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Lo único que su esposa le decía a Andrés (hijo de John) era
que su padre iba a estar bien. De tanto pensar en él, su hijo ya no le prestaba
atención al colegio, su cuerpo asistía a clase, pero su cabeza estaba en otro lado, su
mente estaba al lado de la camilla donde estaba su padre. En ese lugar donde
muy pocos quieren estar y muchas personas le tienen miedo. Existen
personas a las que les mencionas la palabra hospital o clínica y se vuelven de
todos los colores, empiezan a sudar, no saben qué hacer. Es como si esa palabra
tuviera un
poder maligno.
Los días pasaban y el desespero de don John consumía su
cuerpo. Sus días en ese lugar eran eternos, sentía que sus días duraban más de
24 horas. Muchas veces su apetito se perdía, comentaba: “La comida no me pasa,
más tarde me alimento”, cerraba sus ojos y se dormía. Toda su familia se
encontraba preocupada, si no se alimentaba bien la cirugía se tendría que
aplazar. El desespero con el pasar de los tiempos se convirtió en una obsesión;
la obsesión de salir rápido de ese lugar y que todo volviera a ser como antes.
Su esposa cada día día se convertía en su segundo
corazón, una ayuda vital para todo lo que estaba pasando. Era una mujer que primero pensaba en su
esposo y luego en ella, no creía en la frase: “primero yo, segundo yo y tercero
yo”. Todos los días iba en la noche, amanecía con él, dormía en una silla y a las 7:30 de la
mañana se iba para el trabajo. En su rostro se veía una sonrisa, pero su
corazón se encontraba triste, desesperado e intentando encontrar respuestas a
un montón preguntas, tal vez las más complicadas que se había hecho en su vida.
Tenía que mostrar alegría para que su esposo no se bajará emocionalmente.
En esta historia no se puede dejar de lado a la señora que
trabaja hace 10 años en la casa de don John, Yubeny Marín. En toda esta
situación ella era el otro pulmón que se necesitaba para encontrar al final del
tobogán la luz de la esperanza. Mantenía la casa lo más organizada posible para
el día que llegara don John a su hogar sintiera un aire de tranquilidad. Muchas
veces la esposa de don John se hace la pregunta… “¿qué será la vida de nuestra
familia sin Yubeny?”
Llegó el día de la cirugía del
trasplante de riñón de
John Mario. Una mañana lluviosa en la ciudad de Medellín. Eran las 7 de la
mañana y pasa una enfermera a comunicar que John Mario no podía comer, que a
las 10 de la mañana lo operaban. Su esposa intentaba llamar a Andrés pero era
imposible que este contestara, estaba en el colegio. Los nervios de John eran
algo indescriptible, en su rostro se notaba lo asustado que estaba.
Andrés salió del colegio, llamó
a su madre y le comentó que su padre ya se encontraba en cirugía. Las lágrimas
caen por el rostro del hijo de don John. Los nervios y el desespero se notaban
en su rostro. Andrés fue a su casa, deja el bolso y se va directamente para el
Hospital San Vicente de Paúl.
Transcurrieron dos horas y salió el cirujano. Su única
frase fue “El señor John Mario se encuentra bien, hay que dejarlo descansar”.
La felicidad era algo indescriptible en los familiares que se encontraban en la
sala de espera. Un abrazo entre todos que describía la tranquilidad de que
después de tanto tiempo ese trago amargo estaba bajando por sus gargantas para
no volver a saborearlo nunca más.
Al señor John Mario no se podía ver hasta el día siguiente.
¿Se pueden imaginar la noche de los familiares sus familiares? una noche eterna
en la sala de esperas del hospital en la que esperaban el momento de verlo y
abrazarlo. Una noche pasada con aromática y café para pasar los nervios.
Al otro día llegó el tan anhelado momento en el que
sus familiares lo pudieron abrazar y manifestar todo el amor que le tenían. El
estado de salud de Mario todavía no era el mejor, el receso de la cirugía y de
la anestesia todavía se notaba en su forma de hablar y expresarse, pero el
momento más importante de la jornada y tal vez de muchos meses fue cuando le dijo a
su esposa: “Negra, estoy bien y acá estoy para que con nuestro hijo cumplamos
los sueños que tenemos”.
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